Fue lindo mientras duró. Más de un hincha de River debe de haber pensado algo por el estilo tras la dura eliminación a manos del Atlético Mineiro. Por el resultado de la serie (0-4) y también por la forma, porque el River de Marcelo Gallardo nunca estuvo tan lejos de un rival en Copa Libertadores como el miércoles en el Mineirao. Vencido mucho antes de que sonara el pitazo final.
Fue tal la superioridad del “Galo” que a diferencia de otros traspiés en el plano internacional -Independiente del Valle, Lanús, Palmeiras, el mismo Al-Ain- en el ánimo de los simpatizantes parece primar la tristeza o una aceptada resignación por sobre la bronca por lo que pudo haber sido y no fue.
Este “Modelo 2021” hacía tiempo que no venía dando señales de confiabilidad. Basta con consignar los cuatro empates consecutivos ante Boca, con dos tandas de penales perdidas que pusieron punto final a aquella orgullosa racha de cinco victorias al hilo en definiciones “mata-mata”.
Y en Belo Horizonte se sumaron algunos factores adicionales, empezando por las ausencias del vendido Gonzalo Montiel y del suspendido Enzo Pérez, y las “semi-presencias” de los “tocados” Fabrizio Angileri y Nicolás de la Cruz. Además: el gran presente del Atlético Mineiro a nivel colectivo e individual –no extrañó a Nacho Fernández-, firme líder en el Brasileirao y candidato a meterse en la final de la Libertadores.
Y como si faltara algo, el propio “Muñeco” parece haber perdido su toque mágico a la hora de elegir planteos y de realizar cambios. Él mismo lo admitió en la rueda de prensa posterior a la goleada: “No salió el partido que habíamos planificado”, con línea de tres zagueros, solo un par de volantes y un Julián Álvarez de función incierta.
¿Fin de un ciclo? No necesariamente. Quizá sí la terminación de una era que se extendió por más siete años y que puso al “Millonario” –campeón de dos Libertadores, una Sudamericana y tres Recopas- en lo más alto del continente. Con un plus: aquella final de Madrid en 2018 con su rival de toda la vida como víctima.
Una era de éxitos durante la cual Gallardo tuvo que refundar su plantel más de una vez. Ahora las condiciones cambiaron: la crisis económica del último lustro ha dejado sus secuelas en el fútbol argentino, por primera vez en 15 años sin semifinalistas en simultáneo en Libertadores y Sudamericana y cada vez más lejos del “futebol” brasileño.
La adquisición de Diego Costa por parte del Atlético Mineiro (mientras River podría vender a Angileri en breve) da cuenta de la diferencia de poderío. Para colmo de la “Banda Roja”, todavía no está claro hasta qué punto las incorporaciones de los dos últimos mercados se convertirán en verdaderos refuerzos (salvo David Martínez, quien podría irse a fin de año).
Lo que viene
¿Y ahora qué? Esa es la pregunta del millón. Antes que nada, es un año eleccionario. En diciembre ya no habrá más Rodolfo D’Onofrio, más allá de que se presume que el oficialismo ganará por un campo de ventaja. Y que la futura conducción ya le ha hecho saber a Gallardo que desea su continuidad.
¿Qué decidirá “Napoleón”? Puede que esta vez le resulte más difícil tomar la decisión de quedarse. Siempre priorizó algo que ahora nadie puede garantizar: la competitividad de su equipo. De allí que el fin de una era podría devenir en tres meses en un final de ciclo. “El análisis queda para mí, para reconocer la realidad en la que estamos parados para competir”, dijo todavía en el Mineirao.
¿Y mientras tanto? Fuera de la Libertadores y de la Copa Argentina, el propio “Muñeco” indicó el rumbo: “Tenemos que limpiar esto rápidamente, cambiar el chip y enfocarnos en el torneo local para ver si podemos pelearlo hasta el final”.
Es un objetivo adecuado. Al fin y al cabo, se quede o se vaya, Gallardo todavía se adeuda un trofeo de liga (y de paso, cumplir con el objetivo de dejar clasificado a su equipo a la Libertadores 2022). Otra vez, Tucumán podría ser escenario privilegiado en la resolución del drama: River visitará a Atlético en diciembre, por la última fecha.